
La alfarería es uno de los oficios artesanos con mayor antigüedad, en la Historia de la Humanidad, que todavía se sigue desarrollando. A pesar de la evolución que ha experimentado a lo largo de los siglos, aún quedan lugares en los que la técnica de elaboración mantiene procedimientos ancestrales, al levantar las piezas a mano, sin ayuda de torno.
El Archipiélago Canario es uno de los sitios en donde ha pervivido esta antigua técnica. En concreto la isla de Gran Canaria mantuvo hasta fechas recientes, en activo, tres Centros Loceros, núcleos de producción muy antiguos: Lugarejos en Artenara, Hoya Pineda en Gáldar y La Atalaya de Santa Brígida. En ellos, tanto el proceso de elaboración mediante la técnica del urdido, como la tipología de los objetos realizados, sigue manteniendo un profundo carácter tradicional que puede hundir sus raíces incluso, en el período prehistórico de la Isla.

En el Archipiélago se denomina loza a la alfarería, y a las productoras loceras. Pero hablamos de familias en las que todos sus miembros se dedican al oficio, por ello decimos que es un oficio mixto, con distribución de tareas por sexo y edad, practicado tanto por hombres como por mujeres. Mientras las mujeres preparaban el barro y levantaban las piezas, los hombres extraían el barro de las vetas, lo transportaban al alfar, obtenían la leña y guisaban las piezas, los jóvenes aprendían y ayudaban en todo, en muchas ocasiones era la única fuente de ingresos para las familias.
Destaca el hecho de que las familias que elaboraban loza, vivían agrupadas en lo que se denomina Centros Loceros, que se encontraban ubicados en lugares con viviendas en cuevas excavadas, con buenas condiciones para tener un alfar, y muy próximos a los sitios donde había arcilla de buena calidad y leña abundante.
Tenemos constancia de la exportación de loza desde Canarias: a las otras Islas, a la Península Ibérica, e incluso a los Continentes Africano y Americano (Puerto Rico, Cuba, Argentina y Sierra Leona).
Las primeras noticias de la elaboración de cerámica histórica en Canarias, fabricada después de la incorporación de las Islas a la Corona de Castilla, datan de comienzos del siglo XVI. Haciendo alusión a los “olleros” o “tinajeros”. Estos artesanos procedían en su mayoría de la Península Ibérica, especialmente de Andalucía.
La producción artesana experimentó un auge, nunca antes advertido, con la llegada del turismo a las Islas, desde principios del siglo XX y sobre todo a partir de los años cincuenta, tanto en la variedad de objetos, como en el tamaño e importancia del mercado. Hay quienes consideran que el turismo ayudó al redescubrimiento del arte popular y la artesanía canaria. Aunque hay autores que consideran que sólo trajo un gran efecto negativo pasando los oficios artesanos tradicionales a producir souvenirs.
Durante los años setenta del siglo XX se produjo un fenómeno de búsqueda de identidad que hizo que muchos canarios se interesasen por la alfarería tradicional y la cerámica aborígen. A nivel práctico, resurgió el interés por la fabricación de loza, proliferando los artículos y trabajos de investigación sobre el tema.
TALLER
El lugar de trabajo, habitualmente propiedad de las familias loceras, solía situarse en cuevas artificiales excavadas en zonas de toba volcánica, anexas a la propia vivienda o cercanas a ella.
Las cuevas son el sitio idóneo para la producción de estas piezas, ya que reúnen una serie de condiciones ambientales muy favorables para trabajar y mantener el barro. En el mismo suelo de piedra podían excavarse los goros para almacenar el barro.
La superficie del taller suele oscilar entre 9 y 20 metros cuadrados, es importante contar con espacio suficiente para almacenar las materias primas como la leña o la arcilla, y también las piezas en elaboración y las terminadas.
Si la producción de la locera es muy alta, el taller se complementa con un horno propio; para las loceras con menor producción, o que no tienen espacio o posibilidad de construirse un horno, existen hornos de uso comunal.

HERRAMIENTAS
Las herramientas utilizadas por las loceras son muy sencillas, en algunos casos son elementos naturales escasamente transformados, como los cantos o callaos de playa y los fragmentos de caña de barranco; también se aprovechan restos de materiales reciclados: cuchillos viejos o fragmentos de aros de barrica.
Existe una herramienta que tiene un significado especial, y es la alisadera principal. Se trata de un pequeño canto de playa, muy desgastado, cuya superficie con años de desgaste originado por el pulido dado a las piezas de loza, iban adquiriendo distintas formas geométricas, es la herramienta idónea para realizar el bruñido final de la pieza. Era propiedad de una locera, que la apreciaba por su utilidad, porque la había heredado de sus mayores y también porque la legaría finalñmente a una hija. Así pasaban de generación en generación.
Hay dos formas de cocción de la loza tradicional en Gran Canaria:
- En horno tradicional de una cámara, usado en Hoya de Pineda y en La Atalaya de Santa Brigida.
- En guisadero al aire libre, usado en Lugarejos.

MATERIAS PRIMAS
El barro utilizado en Gran Canaria tiene su origen en materiales volcánicos, por eso las arcillas locales son distintas a las que se emplean en el Continente Europeo, que tienen origen sedimentario.
La leña utilizada en los Centros Loceros se obtenía de la vegetación del entorno, e incluso hasta la primera mitad del siglo XX, de los bosques cercanos. Destacando el uso de leña de higuera, sarmientos de vid o ramas secas. En Lugarejos se constata, además, el uso de horgazos, jaras o pinocha y piñas añadidas a la leña, dependiendo de la fase del guisado. Pero la vegetación, cada vez más escasa, obliga a obtener, hoy, el combustible de los restos industriales (palés de madera) y de las podas agrícolas.
El almagre, materia prima de gran importancia en la elaboración de la alfarería tradicional, con uso decorativo e impermeabilizante. Es un colorante rojizo, ocre, de origen mineral, cuya referencia de uso se remonta al período prehispánico de la Isla. Habitualmente los hombres se desplazaban a buscar el almagre de calidad a zonas muy alejadas de los alfares.
La arena de barranco, libre de salinidad, es el desgrasante que quita plasticidad al barro, consiguiendo que la pieza sea más manejable y compacta al crearla y que soporte mejor los cambios de temperatura durante la cocción.
El agua, que sirve para amasar el barro.
El petróleo, que por la grasa que aporta, se usa para dar brillo y pulido final a las piezas.

PROCESO DE TRABAJO
Para la fabricación de una pieza de loza, se siguen unas pautas en las que la experiencia y la destreza son fundamentales para conseguir un resultado de calidad.
El proceso de elaboración consta de las siguientes fases:
- Preparación de la mezcla principal, constituida por arcilla previamente depurada y machacada (barro), combinada con arena y agua. Esta mezcla se prepara en grandes cantidades, por lo que se amasa con los piés utilizando el peso de todo el cuerpo (pisado del barro) y no con las manos.
- Levantamiento de la pieza mediante el urdido. Consiste en modelar una base, sobre la que se van añadiendo cilindros (churros) de barro, que progresivamente levantan las paredes.
- Homogeneización de la superficie interna y externa, gracias al desbastado y alisado. Esta fase es esencial, pues en ella se asegura la calidad de impermeabilidad y resistencia de la pieza, así como el efecto estético. En esta fase se elige la decoración de la pieza.
- Añadido de picos, mamelones, asas, etc.
- Desbastado y pulido de la pieza, lo primero con cuchillos o trozos de metal y lo segundo con las distintas alisaderas.
- Cocción del recipiente mediante antiguas técnicas de «guisado», que utilizan la combustión a fuego directo, en hornos de una cámara o en el guisadero. Este tipo de cocción requiere unos conocimientos muy amplios sobre el comportamiento del fuego, para llevar a buen término el producto final.




TIPOLOGÍA
La alfarería tradicional de Gran Canaria produce una tipología variada de piezas que se puede organizar según su uso:
- Piezas para cocinar y procesar alimentos: cazuela, caldera, sopera, olla de leche; tostador, tanto para el millo como para el café; hornillas de diferentes tamaños que servían para hornear el pan.
- Piezas para transportar o contener líquidos: talla, bernegal, jarras, cazuelos de vino, porrones.
- Piezas decorativas: cántaros, platos de colgar, jarrones, e incluso, juguetes y figurillas decorativas.
- Gánigos, que son unos hondillos para amasar la pella de gofio.
- Otros usos: palmatorias, ceniceros, orinales, macetas para plantas o sahumadores utilizados para quemar el incienso con el carbón.
La venta de la loza se realizaba en el propio alfar, en los mercados municipales y y mediante la venta ambulante recorriendo a pié los municipios, ejercida por las propias alfareras, que cargaban y transportaban las piezas sobre sus cabezas.
Texto redactado por Gloria Santana Duchement y Carlos Santana Jubells (2003).
La alfarería un arte a recuperar
El trabajo del barro ha formado parte de la existencia humana desde épocas neolíticas, convirtiéndose, llegado ya el siglo XXI, en una de las principales muestras del acervo cultural de cualquier pueblo.
Una pieza de cerámica ha dejado de ser un elemento funcional para convertirse en una obra de arte cargada de una significación especial que nos vincula a un pasado aún no muy lejano, pero indudablemente nuestro.
Armonía de elementos
Posiblemente, la alfarería sea una de las pocas actividades humanas en la que la tierra, el agua y el fuego puedan combinarse de manera sabia y armónica para crear algo nuevo y único.
El barro, al contacto con el agua, se hace dúltil y manejable. Manos expertas dan a este nuevo elemento una forma equilibrada y adaptada a necesidades concretas: bernegales y tallas para el agua, jarras para guardar el gofio, otras para el vino, ollas para preparar las comidas, platos para consumirlas, sahumadores para quemar materias aromáticas y perfumar la casa o la ropa, juguetes para aprender de la vida…
Finalmente, el fuego entra en la ecuación para llevar a esa combinación de tierra y agua a un nuevo estado: la cerámica.
Es el fin de un proceso en cierta medida asombroso: lo que antes eran elementos informes se han convertido en formas útiles e íntrinsecamente hermosas.
Un poco de historia
La alfarería tradicional de Gran Canaria hunde sus orígenes en el pasado más remoto, el de la primera presencia humana en la Isla. Los habitantes prehispánicos ya desarrollaron una extraordinaria actividad alfarera.
Tras la Conquista, los nuevos colonos traen consigo otro modelo de vida que hace desaparecer las formas antiguas, sustituidas por otras más adaptadas a las nuevas necesidades.
Sin embargo, las técnicas de elaboración apenas varían. Los colonos aún conociendo el torno de alfarero, continúan como en la etapa precedente levantado las piezas exclusivamente con sus manos.
Desde el siglo XV hasta la actualidad evoluciona la actividad de las loceras; sí, en femenino, pues la creación era potestativa de la mujer, algo que al parecer era también propio de la sociedad prehispánica. El hombre sólo intervenía en aspectos como la obtención de las materias primas y la cocción de las piezas.
La comercialización era una actividad dura, pues era necesario recorrer los distintos pueblos de la Isla, a pié o en el mejor de los casos con un animal de carga y por caminos difíciles, para abastecer la demanda de lo que en aquellos entonces eran productos de primera necesidad.
La magia de la transformación
El barro se obtiene de las vetas próximas a todos los centros alfareros de Gran Canaria; de hecho, esta proximidad posiblemente determinó su localización.
La materia prima bruta es mezclada con el agua en los goros, concavidades generalmente excavadas en el suelo de cuevas en las que ambos elementos se unían por espacio de unos tres días.
A la mezcla resultante se añade el desgrasante, normalmente arena de los barrancos, libre de sales que pudieran dañar la pieza.
Demostrando un conocimiento práctico de ciertas leyes físicas, el desgrasante facilita la contracción de la pasta cerámica durante el secado y el contacto final con el fuego, evitando grietas o roturas.
La pasta resultante es amasada con los pies y una vez obtenida la consistencia adecuada, la alfarera le da forma a mano, sentada en el suelo y con la pieza sobre una piedra llana colocada entre sus piernas. Primero se forma el fondo y sobre éste se superponen cilindros de pasta para hacer las paredes. Es la técnica denominada urdido.
Mediante el empleo de herramientas humildes, básicamente piedras (con el ilustrativo nombre de saltonas y rasponas), trozos de caña y cucharas y cuchillos viejos, se adelgazan las paredes y, finalmente, se pulen con los bruñidores o piedras de aliñar, excepcionalmente cantos rodados tan lisos que son capaces de convertir el rudo barro en la más lustrosa de las superficies. Estas preciadas piedras se convertían en ocasiones en parte de la herencia que las madres dejaban a sus hijas, junto con las enseñanzas necesarias para lograr esta mágica transformación.
Por último se aplica la decoración, bien incisa o bien en forma de almagrado, aspecto característico de la alfarería canaria y también herencia de la tradición cerámica prehispánica.
Los almagres son antiguas tierras cubiertas por coladas volcánicas que, por efecto del calor, adquirieron un intenso color rojo. Debidamente triturado y disuelto, el almagre se aplica sobre la totalidad de la pieza o en determinadas zonas.
Las piezas resultantes se colocan al sol durante varios días y se cuecen en un horno de una sola cámara con leña como combustible. En determinadas áreas cerámicas, como Lugarejos (Artenara), se emplea aún hoy en día un procedimiento de cocción, de raíz probablemente prehispánica, en el que no se emplea el horno; las piezas a cocer se distribuyen entre filas paralelas de piedras sobre las que se coloca directamente el combustible.
Y como resultado final, una herramienta en la que cocinar, comer, almacenar, transportar, jugar… en definitiva, vivir.
VIDEOS
BIBLIOGRAFÍA
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